PANDEMIA
Escucha, pues, un rato, y diré cosas,
extrañas y espantosas poco a poco
Égloga Segunda, vv. 1154 – 1155
Dentro de esta situación planetaria, como si la erupción de un volcán nos envolviera a todos, tenemos la visión desolada de Palacios:
El hombre que va con el perrito que va con él./ El hombre que cruza la plaza corriendo./ La plaza se llena de ángulos y las palomas no encuentran salida./ El autobús casi vacío circula solo./ Las flores de los balcones parecen pinturas petrificadas.
El que pedalea estático en la terraza de enfrente./ El coche patrulla, todo ojos, que dobla la esquina y vuelve./ La que./ La que./ Las sirenas se acercan, se alejan, seacercansealejan, se acercan./ Vigilando, los montes azules, distantes, imperio del silencio./ El silencio reina en la plaza.
El hombre que va con el perrito que va con él./ El hombre que cruza la plaza corriendo.
— Ya que has empezado con unos versos de Garcilaso,- anuncia la P.C.- se me ocurre proponer el soneto XXIII, que, con todo y ser melancólico, como propio de Garcilaso, que lo era de por sí, nos empuja a no quedarnos en lo tétrico de la existencia, y agarrarla por la mano:
En tanto que de rosa y de azucena/ se muestra la color en vuestro gesto,/ y que de vuestro mirar ardiente, honesto,/ con clara luz la tempestad serena./ Y en tanto que el cabello, que en la vena del oro se escogió con vuelo presto,/ por el hermoso cuello blanco, enhiesto,/ el viento mueve, esparce y desordena:/ coged de vuestra alegre primavera/el dulce fruto antes que el tiempo airado/ cubra de nieve la hermosa cumbre./ Marchitará la rosa el viento helado, / todo lo mudará la edad ligera,/ por no hacer mudanza en su costumbre.
—Carpe diem.
—Carpe diem.